Periodismo en Ambientes Virtuales: El objetivo principal de este blog es la identificación, interpretación y apropiación de las herramientas digitales como mediadoras en el desarrollo de competencias comunicacionales, especialmente en la producción de contenidos periodísticos, para acomodar el ejercicio de la profesión a las necesidades y exigencias del Siglo XXI. colegio.nacional.periodistas@hotmail.com

domingo, 9 de septiembre de 2012


Del Barrio Arriba al vibrante Rebolo


Mi hermano Antonio era un experto en fabricar y volar cometones de más de un metro. Las hacía con guadua, papel matra y forro de craft, con perendengues y lujos, y pita curricán.
Las pegaba con almidón o goma de uvito y ponía a zumbar sus “rum, rum” para imponerse con ese sonido amenazante a los rivales de cuadras vecinas. En el largo rabo de trapo le colocaba varias cuchillas para cortar a cualesquiera semejantes que se les acercara, allá en las alturas vagabundas del mes de agosto de cada año.

En esos tiempos, hace ya medio siglo, los muchachos no se imaginaban un computador ni mucho menos el mundo virtual. Y los de Rebolo menos, pues los sueños apenas alcanzaban para ser carromuleros, vendedores del mercado, fritangueros o, lo más destacado, deportistas, policías o chofer de coches fúnebres, que eran los más bellos jamás conocidos por esos lugares. Su tiempo libre, que era casi todo el día, se la pasaban callejeando entre la bola´etrapo, el trompo, la chequita, la olita´euñita, la cometa, y, más adulto, el dominó y el siglo.
De los primeros que jugaron bola´etrapo en las calles polvorientas del barrio fueron El Flaco Roberto Meléndez, Me Muerde García y el Chino Marriaga, por allá en el callejón Porvenir, entre Maturín y San Francisco, en un playón con jagüey en la mitad, donde se había instalado la primera capilla de la Virgen del Carmen a finales del siglo XIX, construida en tablas de madera, y donde el sacerdote salesiano Stanley María Matutis (proveniente de Lituania) edificaría varios años después el Centro Social Don Bosco (el ‘punto blanco’ de la Zona Negra) para reivindicar mediante su virginal ‘teología de la liberación’ a la ‘pobramenta’ que creció olvidada al lado de los mercados públicos de Barranquilla.
La cultura riaña y el puerto. El nombre de Rebolo proviene del arbusto de ciruelo, que es quebradizo y crece desordenado. La ciruela es corrugada, verde cuando está verde, amarilla cuando está “hecha” y roja cuando está madura. Su concha es más delgada que la de Castilla o de Campeche, y su dulce pulpa se fermenta rápidamente.
Hacia mediados del siglo XIX la ciudad, que mostraba un regular crecimiento como cruce de caminos entre Cartagena, Santa Marta y las ciudades del interior del país, comenzaba un nuevo auge por las mejoras en las comunicaciones, el comercio y la formación de una élite empresarial foránea que estableció almacenes y depósitos para aprovechar el Puerto Real y los vapores que transitaban por el Río Magdalena.
Así comenzó a evolucionar el sector sur de Barranquilla, por poco tiempo llamado Barrio Arriba, pues se formó subiendo el caño de la Auyama, mientras que en el Barrio Abajo y el Centro de la urbe pervivía la población nativa, por un lado, y la oligarquía criolla, por el otro.
Hacia San Roque se ubicaron los extranjeros y los ricos de provincia, y un poco más al oriente, entre un bosque de trupillos, pantanos, muchos frutales y animales de monte, se acomodaron informalmente los campesinos que –atraídos por el sueño urbano– pensaban engancharse como obreros en las incipientes fábricas de jabón, botones, veladoras, curtiembres, harinas, hielo hechizo, hilos o textiles, o simplemente en el servicio doméstico o mecánico de El Boliche.
En ese luengo terreno se instaló el matadero público, por lo que muchas familias terminaron comerciando vísceras y fritangas entre los mismos vecinos: morcillas, chinchurrias, pajarillas, bofe, cuajo, etc. Y en la primera vía citadina viniendo de Soledad se construyó la casona El Pekín, de los chinos que sembraban hortalizas río arriba, y que hoy es un billar propiedad de Javier Racedo.
Por el Río entraron, provenientes de las distintas poblaciones ribereñas, los disfraces y grupos folclóricos que rendían tributo a su ancestro negro o indígena, entre ellos el Toro Grande, la agrupación más vieja de la que se tenga conocimiento en las carnestolendas, y su descendiente el Torito Ribeño, además de paloteos, garabatos y danzas de animales, que con las letanías decimeras alimentaron enormemente el ahora Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.
Nelson Pinedo es “de por aquí”. Este insigne rebolero es capítulo aparte, y así como Shakira recuerda con orgullo que su tía abuela, la universal poetisa Meira Delmar, nació en una casa de balcón frente a la iglesia de San Roque, el cantante de la reconocida Sonora Matancera nació en el callejón Bocas de Ceniza con calle Santa Isabel, cerca del caudaloso arroyo de Rebolo, que cada vez que llueve genera angustia y arrastra las miserias de la ciudad.
Y Nelson Pinedo, que con sus canciones le ha dado muchas veces la vuelta al mundo, en su boca tiene lo que piensa su mente, y es lo que siente su corazón: Rebolo, porque es muy barranquillero. Ese sí es de por aquí:
“Nadie se meta conmigo/
que yo con nadie me meto”.
El barrio polvoriento que caminó Nelson Pinedo era mucho más extenso que el que señala ahora el croquis de Barranquilla. La jurisdicción de Rebolo realmente ocupaba toda la faja de terreno que iba desde el caño de la Auyama hasta la calle de Las Vacas (30 o Boyacá), y desde los callejones Lluvia de Oro (carrera 20) y Santander (21) hasta la avenida Igualdad (38).
A excepción de las dos hileras de cuadras bajando el Colegio Salesiano de San Roque y el teatro La Bamba, que corresponden al barrio roqueño, también Barrio Arriba. Después, de Rebolo segregaron a La Luz, donde está la cancha Barranquilla (la primera de Colombia), el barrio Montes (donde está el estadio Moderno, cuna del balompié colombiano) y la cancha Bavaria, que convirtieron en el barrio Los Trupillos. Es decir, quedó sin escenario deportivo abierto.
Los picós, la salsa y la champeta. El primer escaparate de sonido que retumbó en Barranquilla, según el ‘rebolólogo’ Osman Torregrosa, fue el de los hermanos Ordóñez, por allá en Oriente con Bolívar, y su base musical era la salsa, entendible porque el puerto de la ciudad quedaba en su jurisdicción y porque muchos marineros que traían música antillana eran del barrio, como también lo eran muchos de los que trabajaban en el terminal marítimo y en las Empresas Públicas Municipales.
Después aparecieron los equipos sonoros con telas pintadas, la mayoría por el psicodélico pintor Bellychmash, como El Isleño, de Luis Carlos Cantillo.
El bolero, el son cubano y la salsa imperaron mucho tiempo, hasta que la volatilidad de la música metió los ritmos cartageneros, lo que no pudo el vallenato, y hoy día se escucha más champeta (con toda la discusión social que se pueda generar al respecto) impuesta por los equipos amplificadores callejeros y las tribus urbanas populares, muchas de ellas peleándose espacios entre la marginalidad de la ley y el cambio social que cada vez les llega menos.
Del Juventus al Junior. Hace casi un siglo los sacerdotes salesianos del colegio San Roque crearon el equipo estudiantil juvenil Juventus, para recordar su ancestro italiano, pero los muchachos del callejón Buen Retiro organizaron en la casa de Mañe Vásquez el conjunto Juventud Infantil, y cuando crecieron lo llamaron Juventud Junior, para jugar en un predio de Julio Montes que habría de convertirse en el primer estadio de fútbol de Colombia, el Moderno.
Entonces, la segunda escuadra deportiva, para no confundir la fonética, terminó denominándose Junior, el equipo amado de la ciudad, la pasión rojiblanca, por la que transitaron, además, Quintero, Zárate, Chiquillo, Cañarete, Wilson Pérez, padre e hijo; Chachi Polo, Bonifacio Martínez y Ariel Valenciano.
En 1950 aparece el Club Sporting merodeando el estadio Moderno y los aficionados se dividen: son tigres o tiburones, pero los primeros no son como los pintan. Así que “Junior es tu papá”, de Rebolo para el mundo.
Por Carlos Ramos Maldonado
Periodista, magíster en Nuevas Tecnologías de la Comunicación, docente universitario y vicepresidente nacional del Colegio Nacional de Periodistas.
Especial para EL HERALDO

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